Mendigaba abundancia

Padecía una terrible sed de distinción, de afecto o de atención en cualquiera de sus formas. En ella se hacía de carne y hueso la popular expresión – un pozo sin fondo -. Parecía como si en el origen de todos sus movimientos hubiera una terrible penuria que acallaba a base de cubos de indulgencia. Indulgencia, compasión que le hacía sentirse en otro lugar más venerable, uno que le gustaba en particular que era el de ser el abrevadero de referencia. Era enorme su necesidad de sentirse amada, amada en su sentido más amplio, y construía una vida que giraba entera en torno a adulterar la realidad. No era arrogante, sólo se sentía merecedora de lo mejor de los demás, derecho que confundió con su anhelo, con su insaciable sed. Algunas raras veces lograba parar en seco y le invadía el miedo… pavor por la sola idea de abordar el titubeo que goteaba de esta fuga de sensaciones al cavilar, que este dar sin límite que por ella resbalaba, podía ser un papel que le despistara en realidad de sus intenciones. Duda si en lo más íntimo quiere al otro para el otro y por el otro, o si es para sentirse ella misma capaz de amar, y digna entonces, de ser amada. Era todo amor, y así le percibían quienes le tenían cerca, eran personas con suerte, o con la suerte echada, depende de por dónde se mire. Así, se esmeraba en ofrecer lo mejor de sí misma con sus aparentemente reducidas peticiones, que su vez, eran extraordinarias. Necesidades que no podían verse satisfechas en el mundo real, en el mundo de lo limitado, de lo acotado, de lo finito, de lo humano… El desencanto y el aburrimiento eran estos polvos de aquellos lodos. Conquistaba a todo el mundo para ver si terminaba por conquistarse a sí misma, colonizando el momento de la mayor intensidad posible. A veces, incluso parecía no tener vida propia en pos de la de los demás, o que su vida era extrañamente la de los demás. Sin duda, una sed envuelta en papel de regalo y entregada con fiera ternura. El mundo es un lugar más amable cuando uno se siente necesario y no necesitado, llevaba tatuado en cada acto. Todo lo daba y nada recibía, así lo sentía y tenía una capacidad incomparable de hacer pasar sus menesteres por una abundancia de corazón desinteresada. Otro pozo sin fondo, el mismo pozo sin fondo. Seducía devorando, esclava de su afán de amor, pues toda su humilde, antigua e inocente codicia era ser necesitada. Nada es más insoportable para un niño que no existir. Y se hizo existir, y se hizo valer. Tal vez de infante aprendió a hacerse ver desde esta colina, pues nadie la miraba si no, siendo demasiado doloroso pedir cuando se siente mendigar. Y tuvo la mejor de las instrucciones cuando ya no pudo separar más su premio de su castigo. Le intrigaba en sus jóvenes pensamientos si todo era un intento de obtener pruebas de que es querida, y cuanto más difícil, mayor era el valor de la prueba; – me quieren, a pesar de todo – suspiraba en los ríos internos de su dolor. Consumidora de entusiasmo, los sentimientos es lo único que cuenta como causa y fin de todas las causas. Así es como huye de lo cotidiano, de lo previsible y monótono, de lo vulgarmente imprescindible. El ahora es pues el refugio para no pensar las dolorosas consecuencias del mañana ni en los posibles compromisos del ayer. Se siente irresistible y peligrosa en la misma medida cuando deja de ser para que otros no sean, y por fin parecerse a su idea de poder ser amada por ella. Tal vez pueda dejar que el río marche por sus viejos cauces, los que toma cuando se desborda por no poder contenerse, los de los sentimientos genuinos y no los lechos forzados de la buscada necesidad ajena. Tal vez consienta admitir que su sed de amor es compromiso de ella, no de otros, que la vida y uno mismo pueden balancearse en otros términos y que todo lo que aprendió en el dolor puede ponerlo al servicio de su alivio. Tal vez, si es que ese es su deseo.

Madrid 2020

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